lunes, 27 de noviembre de 2017

reflexiones de mañana

Cada vez que escuchaba la frase "el peor enemigo eres tú mismo", creía que estábamos hablando de tonterías. No podía llegar a entender cómo uno mismo resultaba ser el mal, la raíz de muchos de los problemas que nos acosan noche y día. Todos tenemos esa inmadura etapa de echar la culpa a los demás, como ya sabes. Todo te parece una amenaza y la gente es un asco. Tú tan bien y los demás tan mal. 

Y entonces, en ese momento en el que te ves forzado a cambiar de escenario debido al paso de los años, te das cuenta de que la gran mayoría de las dolencias que cargas son todo fruto de ti mismo.

Es algo difícil de tragar.

Todavía me cuesta mirarme al espejo y ver las dos caras de la moneda; sin preliminares y durante un segundo, la expresión del rencor y el odio aparece a través de esos ojos como si te dijese un sonoro que te jodan. Y es cierto: de ti mismo van a nacer los boicots más horrendos que jamás vayas a conocer. 
Las personas que hemos nadado durante años en la miseria absoluta conocemos bien este cuento: a la mínima que te paras a coger aire, una fuerza extraña tira de tus pies hacia el fondo del mar, queriendo que te ahogues, que te sigas ahogando y que no dejes de mover las piernas, sí; pero hacia abajo.

¿En qué momento de la vida nos han preparado para luchar contra lo que más amamos?

lunes, 18 de septiembre de 2017

aún a pesar de andar por la vida cargando varias toneladas acudía a ti cuando gritabas, en voz ronca, mi nombre. nunca me ha importado el peso si se trata de cumplir mi propósito. allí estaba, cargada de tabaco, paciencia y muchas horas que se acumularían en el reloj del ordenador, encendido para nada en especial. si elegíamos nuestros huecos para lamernos las heridas era porque nos recordaba, quién sabe, a la cantidad de tardes y noches despiertas, cada una a un lado, cada una en un kilómetro distinto, odiándonos y queriéndonos como nos había enseñado el tiempo a hacer. 

yo no soy una experta en la resolución de problemas, es obvio; toda mi vida siempre fue un problema en sí misma. a veces se deshilachaba un poco y alguien se tomaba la molestia de tirar del hilo. entonces, de un punto pequeño, se abría una montaña llena de riachuelos, noches estrelladas, troncos en llamas y animales huyendo. así era mi forma de resolverme la existencia, adentrándome en esa montaña que creía secreta para apagar los fuegos, llevándome, por supuesto, cien mil quemaduras como intercambio. 

supongo que hay dos maneras de entender las cosas: o bien las entierras hasta olvidarte o las expones en un escaparate de la calle principal de tu ciudad. ambas son muy peligrosas, hay que equilibrarlas para que no se vuelque la mierda en todas las direcciones.

¿alguna vez te has parado a sentir el viento en otoño, removiendo todas las hojas secas?

te diré algo que he aprendido recientemente: cuando sacas un poco la cabeza de tu lodazal particular la vida es mucho más soportable e, incluso, esperanzadora. 





  • If you don't know where come follow me
  • If you don't know where come follow me
  • In the midnight air no I don't sleep
  • If you don't know where come follow me
  • viernes, 25 de agosto de 2017

    Shortline

    miré a mis alrededores. nada interesante, ningún momento que requiriese suspicacia, especial atención o un giro de los acontecimientos. las horas empezaron a acumularse en mi reloj roto y eso me estaba drenando la poca energía que había escogido retener. a día de hoy miro ese reloj parado y solo me nace una sonrisa amarga. 

    la vida rápidamente te enseña que pase lo que pase hay que pelear. que hay que seguir dando pasos en la dirección que se supone que es correcta. que hay que dejarse los cuernos por cualquier cosa que nos parezca importante, necesaria o imprescindible. la vida también te engaña, un poco: "si luchas con pasión lograrás cualquier objetivo". volvemos al mismo tema repetitivo que me taladra las sienes, ese tema que siempre termino por mencionar cada vez que pierdo mi tiempo escribiendo para nadie: la esperanza. la mayor de las desgracias del ser humano, ¿no crees? pregúntate un momento cuántas gilipolleces por segundo has podido hacer por tener esperanza en, quizá, que las cosas cambien; en que no ha sido tan hijo de puta, que podría ser peor; en que mañana te despiertes y sientas valor suficiente para poner tu mundo patas arriba. 

    me resulta contradictorio. a mí la vida me ha enseñado todo lo contrario: me ha enseñado a perder. a retirarme del campo de batalla, nunca a tiempo y con golpes de más. me ha enseñado el olor de la decepción, el sabor de la derrota y el sonido del adiós. me ha enseñado a ser cobarde y astuta a partes iguales: a no mojarme los pies si el agua está demasiado fría. me limitaba a seguir los instintos cerebrales de supervivencia, los cuales cada día dolían menos y eran más amables con mi situación. aquí está lo interesante: hacerte el héroe siempre construye páginas bonitas y moralmente honorables en tu libro, pero a la hora de la verdad te destrozan y te hacen más idiota, más vulnerable y más manipulable.

    la vida tampoco va de blancos y negros. la gente que lo ve así es simplona y triste. he visto tantas tonalidades entre esas dos gamas que podría pasarme toda una vida tratando de encontrarles nombres. también he visto azules, rojos y verdes. he sacado más de mil matices a situaciones que nunca fueron fáciles de digerir. en la mayoría de ellas, perdí. el olor de la retirada es peculiar. huele a sábanas sin cambiar en semanas, a humedad, a sudor, a nicotina quizá. se siente pegajoso, como si se adhiriese a tu sombra y no fuese a largarse nunca. 

    ¿sabes lo bueno de perder siempre?
    nunca hay que dar explicaciones porque no queda nadie a quien dárselas.

    Women willing

    Undress your heart-string
    Follow your thick thin boy
    On a shortline

    sábado, 25 de marzo de 2017

    3.

    atardecía. estaba volviendo a casa con una sensación extraña. a mis pies, el mundo parecía desmoronarse. no tenía prisa; si caía por aquél hueco quizá dejase de sufrir. algo pasó. hicieron falta pocos segundos para que se me inundasen las venas del calor de la primavera. quise creer que fueron varias horas, días incluso, pero el corazón nunca entiende de esos temas; llega instantáneo como una explosión y no te da opción a nada.

    te miré de reojo mientras te ponías el abrigo. por alguna razón quise llorar. estaba fascinada por los actos más cotidianos y sencillos que la vida me estaba ofreciendo contigo. respiré hondo para calmar la velocidad a la que corrían los perros dentro de mi alma, que empezaba a florecer. entonces, como una imbécil, fantaseé con la idea de quererte. fumaba un cigarrillo, años más tarde, mientras te oía mear y hablarme a voces de alguna estupidez. luego cogeríamos las cosas y nos iríamos a cenar a alguna parte. y volveríamos a casa de la mano, un poco más viejos y un poco más nuestros.

    quizá estaba demasiado herida para plantearme todo eso. sangraba por todas partes; esos hijos de puta habían golpeado mi esperanza demasiadas veces. ¿sabes? mi vida se ha basado en pelear, en pelear por cualquier cosa, incluso por levantarme de la cama en bragas y hacerme un café. me he vuelto una experta en recibir hostias pero sigo siendo una torpe a la hora de devolverlas. mi estilo es más de quedarme quieta y prepararme para la siguiente embestida. desde esta perspectiva, no tengo un fondo muy agradable. mi fondo no suele gustar. ya te he contado lo que pasa: la gente se cansa de ello. creo que se cansa porque no ve esperanza alguna, al igual que yo tampoco la veo. pero en aquella despedida, llámalo intuición, noté que podía devolver algún que otro golpe a esta mierda que me rodeaba. sentí que quería hacerlo. sólo había una razón y era igual de estúpida que mis fantasías: tú. ¿quién era yo para determinar que podía salir bien, de todas maneras? me recreé un poco en esa lejana posibilidad, fumé otro cigarrillo, escuché mis canciones y pensé en tu forma de andar, en tu voz, en la timidez que desprendías cada vez que me atrevía a dar un paso más.

    mi mundo se derrumbaba pero decidí atar a mí algunos pedazos y tirar de ellos. no se lo iban a llevar todo; no me iba a llevar todo otra vez. iba a combatir a mis demonios y sacar la cabeza fuera del agua para respirar como no había respirado en años. tanto tú como yo nos merecíamos un jodido respiro, un cambio de rumbo, un poco de luz. te lo dije todo con un beso y firmé en alguna parte mi predisposición a disfrutar otra vez de esos cafés, de esas mañanas que daban paso a un día más. creo que mi soledad a veces se empeña en convencerme de que la vida se entiende mejor si estás solo y anclado a decepciones, pero, ¿sabes? has conseguido inyectarme las ganas de mandar a esa perra lejos de mí. no creo que seas consciente de lo que has supuesto, y está bien; ni siquiera yo lo soy. todas esas fantasías empezaban a hacerse tan reales como cada beso que me dabas antes de maravillarte con la idea de lo mucho que nos queríamos.

    esta despedida ha sido un poco más amarga que las anteriores. se me rompió el alma mientras volvía a casa. era una necesidad, ahora, el hecho de poder contarte mis secretos mirándote a los ojos, y tu ausencia física dolía un poco más de lo que habría imaginado. supongo que me arrancaste el corazón y te lo llevaste, y qué feliz me hace eso.

    con todo esto no quiero decirte nada en concreto. no se me da bien expresar mis sentimientos y menos cuando escribo más para mí que para nadie. pero créeme cuando te digo que voy a seguir luchando por esos deseos que han ido apareciendo, con tu esencia, en mi lista de cosas que conseguiré. y no he conocido a nadie más tenaz que yo cuando se trata de perseguir sueños.

    kaleidoscopic thoughts of me and you
    and you're just so cool

    for me to see
    the life we'd have and we'd tell everyone
    your face turns red and so does mine

    and we climb all around
    you stare into my eyes 

    and watch me drown inside

    and whisper to me softly as I lie down

    domingo, 12 de marzo de 2017

    悲しみ

    preparé con delicadeza un cigarro, me serví una copa de vino, busqué aquella canción. últimamente prefería el vino a la cerveza; tenía la sensación de que todas las derrotas se habían vuelto más elegantes, más adultas. me hacía vieja. el sabor de todo aquello era más profundo y complejo. el escenario era perfecto para reencontrarse con los fantasmas que siempre tocaban a mi puerta. me deprimí amablemente. con honestidad, confieso que era el único espacio en el que me sentía segura y mía. tenía las riendas. 

    dosifiqué con cautela los suspiros para disfrutar del momento; era como volver a casa. sí, tenía la estúpida manía de llamar hogar a las personas, a los momentos que compartía junto a ellas. en realidad no es así: lo único que nos pertenece son los segundos en los que nos reencontramos con nosotros mismos. 

    es doloroso, pensé. la separación se hacía tangible. empezó a picarme la nariz, la garganta me oprimía. arrugué el morro. las lágrimas que esforzaba en contener me indicaban que había vuelto a perder la pelea. a lo largo de mi vida he ganado muchas, pero he perdido bastantes más de las que normalmente una persona puede perder. fracasada, eso era. me entusiasmaba y me horrorizaba a partes iguales sentirme cómoda en este momento. 

    muchos me han considerado insensible, fría. lo cierto es que era una persona sentimental. veía nostalgia en las cosas más sencillas, las pocas que mi cerebro enfermo recordaba. su forma de peinarse el pelo, las cuentas a medias, las miradas nerviosas cuando clavaba mis ojos en los suyos, una sonrisa que se escapaba ante un halago, las últimas páginas de los libros, las puestas de sol al volver a casa. todo aquello me hacía sentir fuera de lugar porque, aunque hubiese sucedido todo ayer, había un abismo temporal entre este instante y eso. no me veía mala persona pero todo el mundo se empeñaba en recordarme que sí lo era. acababa siendo el blanco del odio y del rencor. quizá mi inestabilidad no podía encajar. lo que veía simple y coherente no lo era para ellos. parecía como si todos tuviésemos la obligación de escribir un libro y seguir la historia desde el último capítulo. como si no tuviéramos libertad de cambiar de portada, de ritmo; como si las palabras fueran lo único que nos quedaba. escribí hace unos años que yo no me encontraba en una sola letra: mi alma prefería anclarse entre los espacios en blanco. no tenía nada sólido a lo que agarrarme y me valía, me gustaba, era impredecible, era humo. aquello molestaba a todos por igual. no entendían nada ni se molestaban en hacerlo porque tenían sus caras incrustadas en sus culos y en esas viejas portadas de las que se creían dueños, incluso más dueños que yo. 

    amanecía en mi ciudad y la soledad se hizo una con mis cenizas.

    jueves, 9 de marzo de 2017

    time and life

    noté una sensación extraña en mis entrañas: la separación con el mundo era casi tangible, el sonido se distorsionaba, las luces empezaban a temblar. había una brecha entre ellos y yo y ninguna de las dos partes tenía el valor de arriesgarse y saltarla. eran territorios diferentes, estaban demasiado lejos. quizá lo más sensato era seguir hablando a voces. muchos de los mensajes se perdían en el espacio, llegaban a la mitad, se quedaban en el aire; nunca se me ha dado bien enseñarle a nadie el epicentro.
    miré la puesta de sol desde un ángulo escondido. tal vez nunca podría llegar, pero por alguna extraña razón, tras el daño, me apetecía construir un puente. uno muy inestable, claro, pero algo que pudiese acercarme a esa realidad tan conocida y desconocida a la vez. 

    abrí mucho los ojos: hacía años que no sentía motivación. que no sentía pasión por las cosas que, supuestamente, más me importaban. no tenía sentido pero quería seguir en esa frecuencia un rato más. 

    sentía la fuerza a cada paso. la determinación por hacer algo bien en mi vida. por cuidarme y por cuidar a los demás aún a pesar de todo. quizá era una pausa sana; quizá se evaporaba en unos días. no importaba. 

    me encogí de hombros y abrí otra cerveza sonriendo un poco. 


    viernes, 17 de febrero de 2017

    .......

    Me refugié en la idea de que algo merecía la pena. Que lejos de los obstáculos, las decepciones y la sal en las heridas había una luz que podía paralizar todos mis sistemas, anclarme al suelo y no dejarme ir. Algo por lo que me viese obligada a seguir combatiendo. A veces es difícil verlo entre tanta oscuridad, hasta el punto que parece una ilusión. Lo llaman esperanza; qué palabra tan sencilla para lo mucho que significa. Sin la esperanza no somos nada, ¿verdad?

    Alguien me dijo una vez que la mayor virtud que vio en mí era la resistencia; esa capacidad infinita de levantarme una y otra vez después de los golpes, de la sangre por el suelo, de los "no puedo más". Tenía razón: estoy hecha de una pasta fuera de lo común. Pude ver los campos quemados a mi paso, sentí el abandono en mi piel. No pude hacer más que quedarme quieta y olisquear el humo. Otra etapa se terminaba y contenía el mismo aroma a desastre que las anteriores. ¿Es que la vida no iba a dejar de apretarme el cuello?

    Entonces decidí levantarme y caminar hacia la puerta de salida. Ya no había ganas ni siquiera de darle vueltas; esto era un cierre al que me vi forzada a participar. Una vez más, sin que nadie me preguntase, llegó, y dolió como siempre duele.

    No iba a ceder tan fácilmente.

    Decidí, en un acto casi tierno, recoger las pequeñas luciérnagas de mi jardín y llevármelas en un tarro. Y hasta que su luz alumbrase el camino, eché a andar.